Samanta
Al fin era sábado.
Me estiré sobre mi cama con pereza y me acomodé para quedar sentada. Miré la hora en mi teléfono una vez más y me asombré al notar que había pasado una hora revolcándome en mi flojera.
Me puse de pie y observé mi reflejo en el espejo de mi habitación. Mi cabello era un desastre, pero lo ignoré y di media vuelta para bajar hacia el primer piso de mi casa.
Mientras descendía por las escaleras, escuché cómo mi madre hablaba con papá entre murmullos bajos. Al verme, ambos sonrieron y dejaron de conversar.
Raro.
—¿Dónde está Emi? —pregunté a nadie en específico. Papá me observó con burla y señaló mi cabello con su dedo índice.
—¿Pelea con la peineta? —cuestionó.
—ja ja ja —ironicé. Caminé hacia la cocina para preparar mi desayuno.
Yogurt y cereales.
—Emilia está en la casa de la abuela —respondió mamá en voz alta, para que pueda escucharla. Arrugué las cejas en confusión y terminé de vaciar el cereal sobre el yogurt.
Caminé de vuelta a la sala y me senté en el si