Samanta
Luego que Samuel se fuera a su casa, me quedé sola con Emilia. La ayudé con un par de tareas y después nos recostamos en el sillón a mirar la televisión.
Horas después llegó mamá, muy agotada, pero aun así se tumbó entre nosotras y se quedó un par de minutos ahí, mirando la televisión también.
—¿Cómo estuvo tu día en la consulta? —pregunté.
—Horrible, mejor ni te cuento…—susurró con fastidio, pero me dio una sonrisa divertida. Emilia se acurrucó en el pecho de mamá y yo imité su acto.
Mamá nos acarició el cabello a ambas y luego depositó un beso en nuestro cabello.
—¿Algún paciente nuevo? —intenté adivinar. Ella inhaló con fuerza y soltó el aire pausadamente.
—Sí, una chica bastante molesta. Está tomando la terapia porque sus padres la obligaron y me tuvo toda la sesión sin decir nada —murmuró agobiada—. ¡Ni su nombre me quiso decir! Intenté meterle tema de conversación, pero nada. Creo que fallé como psicóloga.
Reí en voz alta y me acomodé para observarla a la cara.
—Tú mejo