Eduardo llegó a la mansión Aragón, deteniéndose un momento mientras sus pulmones se esforzaban por contener el aliento que parecía escapársele.
Su corazón latía frenéticamente, cada palpitar cargado de rabia, celos y un abrumador sentimiento de derrota. Miró hacia la imponente mansión, la fachada iluminada que proyectaba un aire de estabilidad y felicidad... algo que sentía perdido para siempre.
Sus pensamientos se centraron en Marella. Imaginó su rostro, sereno, y su risa mientras estaba junto a Dylan.
Esa imagen lo quemaba por dentro como un hierro al rojo vivo. Era su peor pesadilla hecha realidad: ver cómo ella había encontrado paz lejos de él.
De pronto, sus ojos captaron movimiento. Un auto estaba saliendo por el portón principal, su marcha lenta e impecable. Eduardo entrecerró los ojos y reconoció las figuras en el interior: Dylan y Marella, juntos. Su pecho se contrajo con un dolor punzante. Era como si una soga invisible lo estuviera asfixiando.
Sin pensarlo dos veces, Eduar