Los músculos me dolían, cada parte de mi cuerpo me exigía que me quedara aquí, enrollada en las sábanas, durmiendo o simplemente acostada. Qué descansara el cuerpo, la mente. Pero no podía dejar de pensar no solo en todo lo que acabábamos de hacer, sino también en lo que no había hecho. Mi trabajo como ilustradora.
En definitiva, era la peor ilustradora de esta vida, la más irresponsable. Había ignorado por completo mis obligaciones como ilustradora para sucumbir a los deseos carnales. Estos tres días no he hecho más que dormir, comer o… Tener sexo.
¿Y el trabajo? Ni un correo les he enviado, ni el adelanto de la portada que está prácticamente a la puerta de la esquina.
—Me van a despedir —murmuré para mí misma.
—No lo harán —respondió el hombre a mi lado, sin verme. Sus ojos estaban fijos en la computadora, tecleando Dios sabe qué con una mano, mientras con la otra tomaba café. Estaba sentado en la cama, con su torso desnudo, dejando sus músculos bien trabajados a la vista.