—¿Estás segura que estás bien?
—Sí, créeme.
—C.
—¿Ray?
—Yo estaba allí, ¿recuerdas? Escuché lo que pasó.
—Entonces confía en mí: estoy bien. Sólo le dije a Stu lo que tendría que haberle dicho a mi madre hace casi treinta años. Y me hizo bien. Se me ocurrió que lo único que podía hacerlo reaccionar era implicar a las niñas, y que podía hablarle desde ellas, eso es todo.
Finnegan sonrió de costado, meneando la cabeza. Vaya si lo había hecho reaccionar. Stu llevaba tres días sobrio, bebiendo pero nunca en exceso.
—¿Recuerda lo que le dije? —preguntó C de pronto.
—No mucho. Recuerda que discutió contigo, y que tú estabas furiosa. —Rió por lo bajo—. Lo recuerda porque sólo entonces descubrió que eras capaz de enfadarte con él. Pero nada más.
—Bien, entonces quiero tu palabra de que nunca le contarás lo que escuchaste.
—¿Qué?
—Por favor, Ray.
—Pero… ¿Por qué? Pulsaste la única cuerda que podía sacudirlo,