Esa conexión emocional extrañísima entre nosotros me asustaba al borde del pánico al principio. Hasta que acabé por habituarme y pude aprender a disfrutarla, e incluso utilizarla.
Así era que yo siempre sabía cuándo habías visto a tu ex, o si te había costado más que de costumbre separarte de las nenas. Me lo dijeras o no, yo lo sentía: una súbita punzada fría en mi pecho, que me hacía vacilar en la escalera del subte o sobre el escenario.
Nunca sabía bien qué hacer con esa oleada de tristeza o angustia que me asaltaba sin previo aviso en las situaciones más inesperadas. Hasta que una vez me pasó cuando estaba en casa, sola y a punto de irme a dormir. Para entonces ya sabía que se trataba del eco de tu angustia, de modo que lo que terminé lo que estaba haciendo y me fui a acostar. Cerré los ojos, respiré hondo. La medianoche rondaba por Buenos Aires, de modo que en Oahu eran las cinco de la tarde.
Te imaginé en la playa frente a tu casa, el hombre de rostro invi