21

Norton ya no podía demorarse más en Oahu y se marchó esa misma tarde, luego de hacer jurar a Finnegan por todos los evangelios que lo llamaría si era necesario.

Cuando regresaron del aeropuerto, Finnegan le tendió una cerveza a Stu.

—Al fin solos —dijo con un guiño cómplice.

Stu asintió y se sentó a la mesa de la cocina con un suspiro. La computadora estaba allí, cerrada, pero ni siquiera la miró. Cecilia no estaba conectada: intentaba recuperar las horas de sueño que él le había robado.

Esa mañana, mientras Norton preparaba su propio desayuno de despedida de la isla, Stu había traído la computadora del estudio. Y había descubierto el breve mensaje privado que ella le había enviado: “¡Lo hiciste, maldita sea! ¡Me llevaste contigo al mar!”

También le había dejado el enlace de un video. True Light, la canción de Ray que a ella le gustaba tanto. En algún momento de los últimos diez días, le había explicado que, para ella, esa canción sintetiz

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