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—Treinta minutos. ¿Puedo hablar ya?

Stu bajó el libro para enfrentar a C, que soltaba su teléfono sobre la mesa para mirarlo ceñuda. No había esperado que resistiera tanto en silencio, recostada en el sofá del comedor, donde él la acomodara completamente vestida y envuelta en la manta más gruesa que halló.

—Treinta más —respondió con suavidad, volviendo a leer.

Sentado a la mesa del lado del sofá, café y cigarrillos a mano, cruzó las piernas y empujó hacia arriba sus lentes, obligándose a no sonreír al escucharla bufar y tenderse de cara al respaldo del sofá.

Durante todo el minuto siguiente, el aullido de la tormenta que no cedía llenó la casita de nuevo.

C volvió a tenderse boca arriba con otro bufido exasperado. —Al menos ven a recostarte conmigo —rezongó—. No hablaré hasta mañana si quieres.

—Como si fueras a hacerlo.

Ella se sentó, apartó la manta con un movimiento teatral, y se puso de pie. Rodeó la mesa para evitar que Stu inte

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