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Ella bajó los ojos, asintiendo.

—Para él era peor por mi condición de mujer. Como si eso amenazara su virilidad. Yo admiraba abiertamente lo que él era capaz de hacer con su guitarra, cómo sabía hacer brillar mis canciones. En privado, Martín me decía que admiraba mi capacidad para armar canciones. Es disperso, y le gusta demasiado escucharse a sí mismo tocar, de modo que le resultaba imposible montar la estructura básica de una canción. Todos sus intentos eran solos interminables sin ningún hilo conductor. Nunca recordaba prestar atención a cosas tan triviales como intro, estrofa, estribillo, aun para su guitarra sola. Y le llamaba la atención que yo lo hiciera sin darme cuenta siquiera.

—¿Quieres decir que no te admiraba sino que te envidiaba?

—No lo sé, no lo creo. Pero sí sé que a sus ojos, eso que yo tenía y

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