De regreso en la sala se nos unió Jimmy con la tablet de Ray. Vi que Quique estaba en la sala de control y se inclinaba hacia la consola como quien no quiere la cosa.
—¿Podemos grabar esto? —le preguntó Ray, y Quique asintió a la velocidad de la luz—. ¿Te molesta si grabamos?
—¡En absoluto! —sonreí.
Saliera como saliera, siempre seríamos Ray y yo tocando juntos, y sería una grabación para atesorar por el resto de mi vida.
Jimmy ya había ubicado la tablet y Ray le tendió su teléfono. Vi que el guardaespaldas giraba lentamente, filmando el lugar, y me volví interrogante hacia Ray.
—Olvídate que está aquí. Sólo quiero tener mi propio video de esta tarde.
Quique apareció a acomodar un micrófono para mí y constatar que los amplis estuvieran configurados como correspondía. Nos ofreció sillas, pero los dos preferimos seguir tocando de pie. Decidimos que yo usaría mi gorda electroacústica y él seguiría con la eléctrica y un par de pedales. En cinco