Desde que firmáramos con Vector, Mariano nos mantenía reservada una sala de ensayos con estudio de grabación por tres horas, tres días a la semana. Era un antiguo conventillo restaurado en San Telmo, al que se entraba por un recibidor diminuto, donde siempre había una recepcionista joven y bonita, generalmente rubia. El recibidor daba acceso al área común, una habitación enorme con sillones y mesas bajas, máquinas de bebidas frías y calientes y snacks. A un lado del área común había dos puertas que, hasta donde yo había visto alguna vez, pertenecían a dos oficinas chicas. El resto de las habitaciones se alineaban tras el área común hacia el interior de la construcción. Se abrían en hilera a la derecha de un pasillo abierto, techado. Un patio de baldosas bordeaba el pasillo por la izquierda, con algunos canteros que nunca tenían ninguna flor pero desbordaban de colillas de cigarrillos, y un árbol gomero.
Al pasillo y su patio se abrían dos salas de ensayo completamente equipad