Quique me había ubicado casi de espaldas a la consola, y sólo entonces descubrí la multitud que atestaba la sala de control. Estaban Beto y Jero con sus chicas, Elo, Mariano, ¡Ragolini,! Ashley, Brian y vos. Encontré tus ojos y vi tu sonrisa de aprobación.
Cuando Ray y yo salimos, Quique no nos dio ocasión de saludar a nadie antes de echar a todo el mundo para quedarse solo en la sala de control con nosotros. Bueno, y vos. Porque al rey del rock nadie lo echa de ningún lado salvo de mi cocina. Así que ignoraste la orden perentoria de Quique y te quedaste parado a pocos pasos, un hombro contra la pared y las manos en los bolsillos, como si no tuvieras nada que ver con nosotros.
Mientras Quique cerraba y trababa la puerta, rezongando porque Ragolini había resultado el más difícil de echar, porque cómo que el rey se quedaba y Dios no, Ray se adelantó hacia vos. Se miraron un momento y hubiera pagado por tener telepatía, porque resultaba evidente que las miradas de ambos e