Capítulo 40. En camino a la trampa
El aire en el centro de control de Lucifer D’Angelo ya no estaba cargado de whisky y rabia autodestructiva, sino de un silencio más peligroso: la calma absoluta que precede a una tormenta nuclear. Había purgado la desesperación de su sistema y la había reemplazado con la única cosa que nunca lo había traicionado: la lógica.
Lucifer estaba de pie frente a la pared de monitores, que mostraban ahora un mapa topográfico en lugar de imágenes de vigilancia en bucle. Su rostro estaba duro, cincelado por cinco días sin dormir y la aniquilación emocional. Era la máscara del Don que Liana nunca había llegado a ver, el estratega que había construido su imperio sobre cenizas.
—Ella no se quedará en la ciudad. Tampoco en Milán —dijo, su voz una rasposa lija. Señaló una región montañosa, marcada por densos bosques y pueblos minúsculos cerca de los Apeninos.
Bruno, a su lado, había regresado a su papel de sombra eficiente. —Los equipos en las carreteras la buscan en el norte, Don.
—Desvíalos