Valena
A la mañana siguiente, Valena abrió los ojos con lentitud. Se encontraba acostada sobre su cómoda cama, rodeada por la suave luz del amanecer. Las cortinas blancas del balcón ondeaban suavemente, movidas por la brisa fresca que entraba desde el mar. El día había comenzado, y con él llegaba una fecha que ella temía más que ninguna otra: el doce del mes doce. Era su cumpleaños número dieciocho. Se incorporó con ayuda de las manos, aún algo aturdida por el sueño, pero de inmediato sintió una punzada en el bajo vientre. Un malestar familiar. Un momento después, notó la sensación tibia y húmeda entre sus piernas. Bajó la mirada, y allí estaba… la confirmación que más temía. Sangre. Otra vez. Su bata de lino estaba manchada, y las sábanas mostraban las huellas de su ciclo. Sintió náuseas. Odiaba aquello. No solo por el dolor o la incomodidad, sino por lo que representaba. Su cuerpo acababa de recordarle que ya era una mujer fértil. Y eso, para Rendly, lo cambiaba todo. Para él, su sangre era un aviso… una señal de que ya podía ser vendida. De que ya estaba lista para ser entregada. Valena se levantó lentamente, sintiendo la ropa pegajosa contra sus muslos. Observó las manchas con horror. —No… no. Dios mío… —susurró entre lágrimas, observando el desastre de sangre sobre su cama. Y justo en ese instante, las puertas se abrieron con un estruendo. —¡Feliz decimoctavo cumpleaños, hermanita! —anunció Rendly con entusiasmo malicioso. Valena se giró de inmediato, el miedo pintado en su rostro. Sus ojos grises se encontraron con los de su hermano, fríos como el acero, y por un instante se sintió como una presa acorralada. —Ya tienes dieciocho, Vale —dijo él, acercándose con una sonrisa satisfecha—. Hoy es el gran día. —¡Rendly, por favor! ¡Te lo ruego, hermanito! —suplicó ella con la voz quebrada, sin apartar la mirada de sus ojos. —No llores —respondió él, sin emoción. Valena cayó de rodillas frente a él, las lágrimas corriendo sin control por sus mejillas. —¡No me vendas! ¡Te lo suplico! ¡Soy tu hermana, tu sangre! Pero Rendly solo frunció el ceño con fastidio. —¡Levántate! —rugió, enfurecido. Ella obedeció temblorosa, pero antes de poder decir otra palabra, Rendly alzó la mano y la abofeteó con violencia. El golpe fue tan fuerte que la arrojó de nuevo sobre la cama. —¡Querías escapar! —gritó, con el rostro desfigurado por la ira—. ¡Eres una perra traicionera! Valena se llevó una mano a la mejilla, ahora roja e hinchada. Un hilo de sangre comenzaba a deslizarse desde su nariz. El dolor físico era intenso, pero aún más lo era la traición emocional. —Te lo suplico… yo te amo. No me vendas… —murmuró, apenas audible, negando con la cabeza mientras lloraba. —¡Hoy no saldrás de esta habitación! —espetó Rendly, girándose para marcharse—. ¡No comerás, no te bañarás y ni siquiera beberás agua! Ella no respondió. Solo sollozaba, con el cuerpo encogido, mientras lo observaba alejarse. Rendly se detuvo en el umbral, y sin mirar atrás, pronunció con voz dura: —Mañana vendré a verte… y traeré el vestido con el que voy a venderte. Y tras esas palabras, salió, cerrando la puerta con fuerza. Valena se dejó caer sobre la cama, vencida, con los puños apretados sobre el pecho. No era solo el dolor físico ni la vergüenza de su cuerpo manchado de sangre… era el peso insoportable de saber que su destino ya no le pertenecía.