Vale
A la mañana siguiente, Rendly ingresó a la habitación de su hermana sin tocar. Valena seguía acostada en la cama, hecha un ovillo. Las sábanas sucias, empapadas de sangre, estaban arrumbadas en un rincón del suelo. Su cuerpo permanecía inmóvil, sucio, exhausto. Tenía la mirada perdida, fija en un punto lejano. Sus muslos seguían manchados, y aún llevaba puesta la bata ensangrentada del día anterior. No se dignó a mirar a su hermano cuando él se plantó frente a ella. —Levántate —ordenó Rendly con voz seca—. Debes asearte y comer. Tienes que mantenerte en buen estado. Ya he enviado un cuervo para anunciar que vengan por ti. Valena alzó lentamente los ojos hacia él. En el brazo izquierdo de su hermano colgaba un vestido azul rey. No dijo nada. Solo lo miró desde donde estaba, sin moverse. —Dentro de unos días, llegará la respuesta —continuó él, desplegando el vestido ante sus ojos—. Vendrán por ti en un mes, hermanita. Mira bien —le sonrió con esa expresión cruel y burlona que ella conocía tan bien—. Este es el vestido con el que te voy a vender. ¿No es hermoso? Valena se incorporó lentamente con todo el peso del mundo sobre sus hombros. Con pasos arrastrados se acercó hasta él. El vestido colgaba frente a ella, y sus dedos temblorosos rozaron la tela suave. —Es lindo… —murmuró con voz apagada, notando lo translúcido del tejido. —Sí que lo es. Se te verá de maravilla —respondió Rendly, encantado—. Vamos, ve a lavarte. Estás asquerosa —añadió, apartándole un mechón del cabello enredado con una mueca de repulsión—. Y también despeinada. Nos vemos dentro de un rato. Dicho esto, se marchó sin esperar respuesta, cerrando la puerta tras de sí. Valena se dirigió al baño, donde Wylla, su dama de compañía, la esperaba. Al entrar, vio la bañera ya llena y a la joven de cabello azabache observándola en silencio. Wylla vestía un sencillo vestido rosa de mangas largas y llevaba el cabello trenzado con pulcritud. Sin decir palabra, Valena comenzó a quitarse la ropa manchada. No cruzó miradas con Wylla. Simplemente se sumergió en el agua fresca, en completo silencio, mirando por la ventana. A través de ese único rincón del castillo, podía ver el cielo despejado, con el sol brillando sobre el horizonte. Era su única ventana al exterior. Su hermano le prohibía salir. Vivía confinada dentro de aquellas frías paredes de piedra. La palidez de su piel era testimonio del encierro. Solo a veces, cuando Rendly se ausentaba del castillo, Wylla se atrevía a dejarla salir por la parte trasera para caminar un poco o nadar en el mar. El castillo, con sus torres grises, se encontraba alejado de la ciudad principal de Isla Zafiro. Estaba frente al mar, azotado por las olas. Habían comprado esa fortaleza con el oro que Nissa, la mujer que los salvó durante la guerra, había robado al huir del castillo Brathen. Gracias a ella sobrevivieron. Los únicos Brathen vivos eran Rendly y Valena. Cuando Stand Brook tomó el poder en Hodland, quemó cada insignia del león. Intentó borrar toda huella de su linaje. Creía que los Brathen estaban extintos. Y lo habría logrado, de no ser por Nissa. Nissa había criado a Valena como a una hija. Le enseñó a comportarse como una princesa: a caminar, a hablar con cortesía, a usar los cubiertos, a estudiar. Fue su madre. Pero cuando Valena tenía nueve años, Nissa desapareció. Su hermano dijo que la había ejecutado por traición. Ella lloró por días. Aún no podía entender cómo alguien capaz de tanto amor podía haber traicionado algo. Después del baño, Wylla la ayudó a secarse y a colocarse el vestido azul. En completo silencio, la acompañó de vuelta a la habitación. Rendly los esperaba allí, de espaldas, contemplando el mar desde el balcón. Al oír los pasos, se giró lentamente. Sus ojos grises se fijaron en Valena con intensidad. Caminó hacia el espejo y, sin mirarla, habló: —Ven, acércate. Valena obedeció con pasos vacilantes, los ojos encendidos como fuego. Se detuvo frente al espejo, y Rendly se colocó detrás de ella, apoyando suavemente las manos sobre sus hombros. —Mírate —dijo. Y allí estaba su reflejo. El vestido azul real era hermoso… y casi completamente transparente. Podía ver cada curva de su cuerpo, el contorno de sus senos, el color de sus pezones, su cintura marcada. Su piel blanca contrastaba con la intensidad del azul. Era como estar desnuda. —Te ves perfecta para la venta —comentó Rendly con satisfacción, casi brincando de la emoción. Valena seguía en silencio, mirando su reflejo como si no se reconociera. Era un cuerpo que ya no le pertenecía. —Como obsequio de bodas, tengo algo para ti —continuó él. Sacó de un pequeño bolso un cinturón de oro puro y lo ajustó con cuidado alrededor de su cintura. —Ahí está. Llevas los colores de nuestra casa —dijo con orgullo. Valena bajó la mirada al adorno sin decir nada. —¿Recuerdas lo que significa cada color? Ella abrió los labios lentamente, como si las palabras le costaran un mundo. —El azul representa lealtad… y el dorado, poder. Ambos forman nuestro lema —dijo con voz suave—. Lealtad, poder y gloria. —Muy bien —asintió Rendly, satisfecho—. No olvides eso jamás. Aunque crean que la casa Brathen ha desaparecido, aún seremos recordados por esas palabras, Valena. Nosotros recuperaremos nuestro reino… y nuestro oro. Por un instante, aquellas palabras le dieron una débil esperanza. Tal vez su hermano aún pensaba en ella como parte de ese futuro… tal vez no estaba completamente sola. —Ahora ve a cambiarte. Debes desayunar. Tu cuerpo debe mantenerse sano. Recuerda que por él… te venderé. Valena supo entonces, con certeza, que para Rendly ya no era una hermana. Era un objeto. Una herramienta. En ese momento, Wylla se acercó con suavidad, colocándose tras ella. —Princesa Valena, sígame, por favor —dijo con tono delicado. Y Valena, sin mirar a su hermano, la siguió en silencio.