Valena
—Trata el vestido con cuidado —le dijo su hermano antes de salir de la habitación. Valena se alejó del espejo y se acercó a la cama para quitarse el vestido nuevo y ponerse el que estaba tendido. Se lo colocó lentamente, como si cualquier movimiento súbito pudiera romperla, y luego se dirigió hacia la puerta. Al salir de la habitación, sólo se oían los pasos suaves de Wylla detrás de ella. Bajó las escaleras de piedra con la vista al frente, en dirección al comedor principal del castillo. Al llegar, notó que el lugar estaba oscuro. Sólo una ventana permanecía entreabierta, pero la escasa luz del sol no era suficiente para iluminar aquel comedor frío y silencioso. Se detuvo frente a la larga mesa de madera, coronada por un candelabro con velas encendidas. Sobre la mesa había un festín: cordero, vegetales, frutas frescas y jugo de uvas. Sin decir palabra, Valena tomó asiento en la gran silla. Tomó el cuchillo y el tenedor con ambas manos y comenzó a comer. Tenía hambre. Devoró la comida con rapidez, dejando el plato completamente limpio. La noche anterior había gastado todas sus energías llorando por el cruel destino que la esperaba. Sólo logró conciliar el sueño cuando la madrugada ya comenzaba a clarear. Wylla permanecía de pie tras ella. —Quiero estar sola —dijo Valena sin mirarla, con voz cortante. Wylla se retiró sin responder, dejándola sola en aquel inmenso comedor sin cuadros ni decoraciones que dieran calor al espacio. Tras terminar su desayuno, Valena caminó hasta el pequeño jardín que se encontraba en uno de los balcones del castillo. Ese lugar fue hecho especialmente para ella, como un intento de distraerla y evitar que saliera. Allí solía leer, regar las flores o simplemente perderse entre los colores y aromas. Se sentó en una silla de madera y tomó entre sus manos una flor marchita. Comenzó a arrancar con cuidado sus pétalos uno por uno. "Así me volveré yo", pensó. "Mis pétalos se irán cayendo hasta que mi alegría desaparezca por completo." Los pétalos cayeron sobre sus piernas, y otros fueron llevados por el viento hacia el suelo de piedra. Así transcurrió un mes. Comía, dormía, leía libros y a veces cantaba para intentar distraerse. Pero no había forma de olvidar lo que la esperaba. Aquella mañana, mientras quitaba hojas secas de unas plantas, divisó a lo lejos un barco que se aproximaba al castillo. Se puso de pie de inmediato. La embarcación era enorme, y en su proa estaba dibujada una gran espada rodeada de rosas y espinas. Las velas eran de color rojo sangre y dorado, con el mismo símbolo. Valena reconoció enseguida el estandarte: era la casa Steen. Su lema era Sangre, honor y orgullo. Nissa se lo había enseñado. Sabía que venían por ella. No derramó ni una sola lágrima. En vez de eso, se armó de valor, respiró hondo y decidió bajar antes de que su hermano subiera a buscarla. Mientras bajaba por las escaleras de piedra, trataba de mantener la calma y no dejarse vencer por el miedo. Al llegar al último peldaño, vio que Rendly venía hacia ella con paso rápido, mirando al suelo. Cuando alzó la cabeza y la vio, sonrió. —Ya llegaron por nosotros —anunció él. —Lo sé —respondió ella sin emoción—. ¿Nos iremos hoy? —No. Posiblemente mañana —dijo Rendly, recorriéndola con la mirada. Observó su vestido verde claro de mangas largas con detenimiento—. Te ves bien. —¿El rey viene en ese barco? —preguntó ella. Rendly soltó una carcajada. —¿Crees que un rey dejaría su reino solo por venir a verte? Ella no respondió. Solo lo miró en silencio. —Nosotros iremos hasta allá. Hasta su reino. Y allí él te verá. —¿Y si no le gusto? —No digas estupideces, Valena. Por supuesto que le gustarás. Ahora ven. Vamos a darle la bienvenida a la visita. Valena siguió a su hermano en silencio, caminando junto a él hacia las grandes puertas del castillo. Media hora después, cinco jinetes se acercaron sobre caballos castaños. Las banderas ondeaban con el viento, portando el emblema de la espada y las rosas. En el centro de la formación venía un hombre que la observó fijamente desde la distancia. Cuando se detuvieron frente al castillo, el hombre de cabello y barba blanca descendió de su montura y se acercó con paso firme. —Rendly Brathen —dijo con voz grave, extendiendo su mano para saludarlo—. Qué bueno volver a verte. Rendly le estrechó la mano con una sonrisa cortés, y luego se apartó. El hombre dirigió entonces su mirada a Valena. —La pequeña leoncilla Brathen —dijo, mirándola de arriba abajo con atención. —Un gusto verle, mi lord —saludó Valena con educación. —¿Tienes diecisiete? —preguntó con el ceño fruncido. —Dieciocho, mi lord —respondió ella con la cabeza en alto. Él la evaluó con la mirada y asintió. —Lindos atributos, leoncilla. Valena guardó silencio. —¿Y bien? —preguntó Rendly con una diminuta sonrisa en los labios, cruzándose de brazos. —Le encantará —dijo el hombre sin apartar la vista de Valena—. Es hermosa. Lindo cabello, ojos intensos, piel perfecta. Se nota la sangre Valel en sus venas. —¿Lo ves? ¿Qué creían? ¿Que mentía? Es una Brathen. —Ya veo que no —dijo el hombre, mirando a Rendly—. Ahora quiero vino... y unas putas. Navegar en barco no es nada placentero, Rendly. Qué suerte que la joven venga como parte del paquete. —Adelante, Ser Wallt —dijo Rendly, sonriendo. Los hombres entraron al castillo entre risas. Valena se quedó de pie en la entrada, mirando los árboles al frente. Sintió su corazón encogerse, como si ya no tuviera espacio dentro de su cuerpo para tanta tristeza.