Valena
Valena observaba el mar azul desde la ventana, donde un barco gigantesco se preparaba para zarpar en unas horas. Llevaba un vestido largo de color azul claro, con mangas cortas. Su cabello rojizo caía suelto, adornado con dos trenzas que se entrelazaban en la parte posterior de su cabeza.
—Princesa, ya es hora de irnos —dijo Wylla, de pie tras ella.
Valena se giró con suavidad, la miró y asintió en silencio.
Una vez fuera del castillo, los hombres ya esperaban montados sobre sus caballos. Su hermano Rendly ya estaba en el suyo, sosteniendo las riendas de otro.
—Es hora de irnos —anunció él—. Así que sube.
—No sé montar a caballo, Rend —respondió ella, tomándolo de las manos con expresión nerviosa.
—Solo haz lo que te voy a explicar y estará bien, Vale.
Ella asintió, escuchó atentamente las indicaciones de su hermano y logró subir al caballo castaño. El animal comenzó a moverse, y Valena se limitó a mirar alrededor mientras el castillo donde había pasado gran parte de su vida se hacía cada vez más pequeño a lo lejos. Una extraña nostalgia la invadía.
Al llegar a la playa, entregaron los caballos a unos hombres, quienes se marcharon tras recibir el pago. En la orilla los esperaban varios botes, y sin perder tiempo, subieron a ellos. Valena subió al mismo bote que Rendly y se aferró con fuerza a los bordes, asustada. Su hermano comenzó a remar mientras el sol brillaba con intensidad. Ella solo podía observar el mar en silencio, con la mirada fija.
Cuando llegaron al barco, Valena contempló de cerca la enorme espada que decoraba la proa. Lo que más la sorprendió fueron las rosas con espinas entrelazadas alrededor de la espada: eran Valeles, y estaban vivas. Eran hermosas, y era la primera vez que veía unas.
Una vez a bordo, subieron por unas escaleras y entraron al barco. Había muchos hombres caminando de un lado a otro. Valena se quedó quieta en medio de la cubierta, mirando las olas chocar contra el casco y el castillo a la distancia, preguntándose si sería la última vez que lo vería. A pesar de todo, lo apreciaba.
—Es bonito, ¿no? —dijo Wylla, acercándose a ella.
Valena la miró y asintió.
—Sí, lo es.
—Los caballeros dicen que vamos hacia el norte.
—¿Donde hay nieve? —preguntó ella, volteando hacia su doncella.
Wylla asintió.
—Sí, princesa. Donde hay nieve.
Valena volvió la mirada hacia el horizonte.
—Nunca he sentido el frío.
—Yo tampoco, princesa —respondió Wylla con una sonrisa.
—Seguro es agradable.
—Eso espero.
Pasaron varias horas. La costa ya era apenas una silueta lejana. Valena seguía en el mismo lugar, sin dejar de mirar al frente, sintiendo una tristeza profunda por dejar atrás la isla. Su cabello rojizo y su vestido ondeaban al viento.
Entonces escuchó pasos detrás de ella. Era su hermano.
—Tuve que venderlo todo —dijo Rendly, colocándose a su lado—. Las tierras, el castillo. Todo, solo para llevarte allá y después marchar al sur con un ejército y recuperar lo que me pertenece como heredero.
Valena tragó con suavidad antes de hablar:
—¿Cómo es él? —lanzó una mirada hacia su hermano.
—¿Quién?
—El hombre que será mi esposo.
—Lo sabrás cuando lleguemos. En unas semanas. Ahora entremos. La noche ha caído y hay muchos hombres hambrientos a tu alrededor —agregó su hermano con recelo.
Rendly la tomó de la mano y la obligó a caminar.
Entraron al interior del barco. El lugar era tan imponente como un castillo por dentro. Wylla se acercó rápidamente.
—La cena está lista, princesa —anunció con una leve reverencia.
Valena alzó la vista y vio a Ser Wallt sentado, observándola en silencio. Ella, su hermano y Wylla se sentaron también a la mesa, donde ya había comida y vino.
—Es pescado de mar —dijo Ser Wallt, sin apartar la mirada de ella.
—Sé que es pescado de mar —replicó Valena, manteniéndole la mirada.
—Bueno... es atún. Uno de los mejores del océano —añadió él.
—¿Hace mucho frío en Nyggar? —preguntó ella, deseando cambiar de tema.
Wallt la observó en silencio antes de responder:
—Sí, mi lady. Necesitará ropa abrigada.
—¿Qué edad tiene el rey?
—Vale, deja de hacer tantas preguntas y come —interrumpió Rendly, molesto.
Ella lo miró en silencio por unos segundos, luego volvió su atención a Wallt.
—¿Cuarenta? ¿Setenta?
Wallt detuvo su comida y tomó un trago largo de su copa antes de dejarla sobre la mesa con calma.
—Veo que estás interesada. Con esas preguntas ya empiezo a pensar que eres entrometida —dijo con tono seco—. El rey acaba de cumplir cincuenta años, mi lady. Y no se preocupe, no la tocará hasta que regrese de la guerra en Hodland. Está muy entusiasmado por matar… Pero está interesado en usted. Su sangre, balleza y su juventud lo entusiasman. Le vendría bien tener hijos con usted, y más aún si su hermano recupera el reino que le pertenece.
—¿Cuántos hijos tiene?
—¿El rey? Ninguno.
Valena alzó las cejas.
—¿Nunca se ha casado?
—Treinta y cuatro veces —respondió Wallt.
Su expresión cambió drásticamente.
—¿Entonces… soy la número treinta y cinco?
—La treinta y cinco —confirmó el hombre—. Ahorita tiene esposa, pero la joven aún no ha podido darle un hijo.
Antes de que Valena volviera a hablar, Rendly intervino:
—¿Sucede algo con él? Quiero decir, ha tenido 34 matrimonios y ninguno le ha dado un hijo...
—Sí… El rey se niega a aceptar que es estéril. Para él, la infertilidad es una maldición que no posee.
—¿Y qué sucedió con sus esposas anteriores? —preguntó Valena, ahora totalmente interesada.
Wallt levantó la mirada, esta vez más serio.
—Las mató.