—¿Pero por qué hay tantos... regalos? —preguntó Rubí, atónita.
—Se acerca el Año Nuevo —respondió Marcus con calma, dando un paso más cerca—. Son para ti.
Asintió levemente con la cabeza y añadió:
—Ábrelos. Quiero que los veas.
—¿Tantos? —repitió Rubí, aún sorprendida.
—Son veinte —dijo él—. Uno por cada año perdido.
Rubí sintió un nudo en el pecho. Aquellas palabras la golpearon con fuerza. Su corazón latía con una mezcla de alegría y tristeza. Quiso negarse.
—Marcus, yo…
—Ábrelos —la interrumpió suavemente—. Y después... tengo algo importante que decirte.
Habló con una seguridad que no dejaba lugar a duda. Rubí tragó saliva, asintió.
—Está bien.
Ninguna chica podría resistirse a tantos obsequios. Rubí se agachó y comenzó a desenvolverlos uno a uno. Cada caja escondía algo único, pensado con detalle. Había joyas de edición limitada, piezas de cerámica artesanal, piedras preciosas naturales… incluso una pintura al óleo del siglo XVIII, de tonos oscuros y mirada inquietante. Cualquier