¿Eso era lo único que les importaba? ¿La familia Thomson? ¿Un compromiso que nunca pidió?
—¿Y yo? —preguntó Rubí, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
—Rubí, nos has decepcionado —añadió Eva en voz baja.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! —gritó Rubí—. ¡¿Por qué ninguno de ustedes me escucha?! ¡Ni siquiera me han preguntado qué me pasó! ¡Qué me hicieron!
—No te preocupes hija. Nos aseguraremos de que te cases con alguien más —dijo su madre, como si hablara de un mueble estropeado que aún se podía rematar—. Hay un empresario... adinerado, Roco Duval. Él sabrá qué hacer contigo.
—¿Roco Duval? ¿Aquel hombre de cincuenta años que tiene la mala fama de haber golpeado a todas sus exesposas hasta la muerte? ¡Deben estar bromeando! —Entonces, alzó la cabeza con una mezcla de dignidad y dolor—. No soy un objeto que puedan vender al mejor postor. No soy su moneda de cambio.
La joven se quedó paralizada. El nudo en su garganta era tan apretado que sentía que le robaba el aliento. Su corazón latía con fuerza, no por miedo… sino por incredulidad.
—¿Perdón? —espetó su padre, sin ocultar la furia.
Rubí lo entendió entonces. Lo aceptó.
No importaban los dieciocho años vividos bajo ese techo. La sangre pesaba más. Y ella… ella nunca fue una Gibson para ellos.—He soportado años de desprecio. Me han ignorado, humillado y usado cuando les convenía. Pero esto… esto fue demasiado. Quiero que me escuchen bien: rompo todo vínculo con esta familia. No me volverán a ver jamás.
—¡No seas ridícula! —gritó Eva, fuera de sí—. ¿Cómo piensas sobrevivir ahí fuera? ¡No tienes nada! ¡Ni dinero, ni educación, ni contactos!
—Tal vez. Pero prefiero no tener nada a seguir perteneciendo a esta farsa.
—¡Si cruzas esa puerta, no vuelvas jamás! —gritó Henry—. ¡Y no esperes un centavo de esta familia!
Rubí tragó saliva. El corazón le latía con fuerza. Miró una última vez a Marcia, que la observaba en silencio, con una media sonrisa. Luego se dio la vuelta y cruzó la puerta sin mirar atrás.
Porque a veces, perderlo todo… es el primer paso para recuperar tu libertad.
…
En la residencia Maxwell, la atmósfera era más gélida que el mármol negro que decoraba el vestíbulo principal.
En su estudio privado, Marcus Maxwell estaba sentado con languidez tras su enorme escritorio de roble oscuro.
Pero su postura relajada solo era un disfraz para lo que hervía en su interior.Nadie se atrevía a decir una palabra. Los guardaespaldas alineados frente a él mantenían la cabeza baja, conteniendo el aire.
Marcus jugueteaba con una pulsera femenina, simple pero delicada, de cuero trenzado y un pequeño dije en forma de luna. La había encontrado sobre la almohada al despertar, cuando la habitación ya estaba vacía, como si todo hubiese sido un sueño... uno perturbadoramente real.
Sus dedos giraban el dije una y otra vez, sin apartar la vista de ella.
—Quiero que la encuentren —dijo finalmente, levantado la mirada—. Quiero saber su nombre, su rostro, dónde vive, qué hace. Todo.
Uno de sus hombres, impecablemente vestido, asintió.
—¿Tenemos alguna pista?
—Dejó esto —Marcus le tendió la pulsera—. Y el personal del hotel tal vez haya visto algo. Muévanse con discreción.
El hombre asintió de nuevo y salió. Marcus se recostó en su silla de cuero, cerrando los ojos. No sabía quién era esa mujer, pero su piel todavía recordaba su calor. No fue como ninguna otra. Ni por lo que ocurrió… ni por cómo lo hizo sentir.
En ese momento, llamaron a la puerta.
—Sr. Maxwell… —Era la voz aguda de una sirvienta. Del otro lado de la puerta, se escuchaba el nerviosismo disfrazado de preocupación—. Tenemos un problema. El pequeño Dylan no ha comido ni bebido nada desde anoche.
Marcus se levantó de golpe. Su silla rechinó detrás de él.
—¡Todos ustedes son unos inútiles! —rugió—. ¡Contraten a una nueva niñera de inmediato!
Ese niño… el único hijo de su hermano mayor. El único que había jurado proteger.
Y ahora estaba enfermo porque el personal no podía siquiera alimentarlo bien.
Marcus salió con paso firme, debía ponerle fin a todo esto.
…
En otro extremo de la ciudad, Rubí observaba con los labios apretados cómo el gerente del restaurante la evitaba deliberadamente mientras otra empleada entregaba su carta de despido. No había explicaciones, solo una vaga excusa sobre "recortes" y "decisiones administrativas".
—No pierdas el tiempo preguntando —murmuró la cajera con pena—. Tus padres hicieron algunas llamadas. Dijeron que necesitabas una “lección”.
Rubí salió sin decir una palabra. La ciudad, que alguna vez le pareció grande y llena de oportunidades, ahora le resultaba una prisión sin rejas. Cada lugar donde intentaba pedir trabajo tenía conexiones con su familia. Nadie la contrataba. Nadie se atrevía.
Era como si la hubieran borrado.
—Están tratando de quebrarme —susurró con los ojos vidriosos—. Quieren que regrese y acepte ese maldito matrimonio.
En ese momento, una voz familiar interrumpió sus pensamientos.
—¿Rubí?
Se giró y vio a Emily, su mejor amiga.
—Dios, estás hecha polvo —dijo Emily, abrazándola con fuerza—. ¿Qué pasó?
Rubí no supo por dónde empezar. Pero una hora después, sentadas en una banca del parque con café en mano, ya le había contado casi todo.
—¿¡Qué!? —exclamó tras oír todo—. ¡¿Marcia te mandó a esa habitación?! ¿¡Te drogó y te vendió como si fueras un objeto!?
Rubí asintió con los ojos enrojecidos. Su voz era apenas un susurro.
—No volveré a la familia Gibson. Quiero empezar de nuevo. Buscaré un nuevo trabajo. Necesito salir de todo eso.
Emily se quedó mirándola unos segundos, asombrada por su determinación.
—¿Lo has pensado bien? —preguntó suavemente.
Rubí levantó el rostro.
—Conoces la verdad sobre mi nacimiento. Nunca fui su hija. Solo fui un error. Quizá… marcharme es lo mejor. Al menos así podré decidir quién soy… y dejar de ser una sombra de Marcia.
Emily se inclinó hacia ella y le apretó la mano.
—Mira —dijo al fin—, si quieres trabajar, busca en un lugar donde tu familia no tenga el menor poder. ¿Conoces a Maxwell Industries?
Rubí la miró, incrédula.
—¿Maxwell? ¿Te refieres a…?
—Sí. Marcus Maxwell. Es inalcanzable para la mayoría, pero tienen programas internos, empleos administrativos, puestos independientes de la dirección general. Tu familia no tiene influencia ahí. Y dudo que les importe tu apellido.