Mientras tanto, en la elegante habitación principal de la mansión Gibson, Marcia no había dormido ni un segundo.
Sentada en su cama, vestida con un pijama de satén que contrastaba con el rojo hinchazón de sus ojos, temblaba por dentro.
Su celular, apoyado en la mesita de noche, vibró con insistencia. Al ver el nombre en pantalla, un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Ya está hecho, Henry? —respondió con voz áspera, bajando el tono casi a un susurro.La voz que contestó era gruesa, cargada de una respiración pesada y un dejo de burla.
—Marcia, muñeca… tu querida hermana nunca llegó. —¿Qué estás diciendo? —espetó ella, incorporándose de golpe. —Tu hermana —dijo Henry, con un dejo de fastidio—. Entró por error en la habitación de ese ricachón, Marcus Maxwell. Mi gente no sabía que había más huéspedes VIP esa noche. Lo nuestro… se arruinó.El rostro de Marcia se tensó. La sangre se le heló.
—¿Estás diciendo que Rubí estuvo con Marcus Maxwell anoche? ¿Que entró en su habitación? —Exacto —gruñó Henry—. Tu hermana pasó la noche con él.Marcia se quedó inmóvil. Por un instante, la habitación giró a su alrededor. No podía ser. No así.
—¡Era tu trabajo! ¡Ella debió pasar la noche contigo! ¡Ella no debía acabar con él! ¡Incluso soborné a su jefe para que le diera ese sándwich con la droga! —espetó, conteniendo el grito.Henry soltó una carcajada desagradable.
—Ah, vamos… No te pongas moralista, preciosa. No fue tan distinto a lo que hacías cuando vivías en aquel departamento mugroso de la calle 11. ¿Te acuerdas? Te acostabas conmigo por unos billetes y comida caliente. Qué tiempos, ¿eh?Marcia apretó los dientes. Sentía el asco treparle por la garganta. Henry era un hombre de 50 años, calvo y gordo con el que tuvo que estar si no quería morir de hambre.
—Cállate, Henry. Tú y yo no tenemos nada que recordar.—Oh, claro que sí, muñeca —replicó él, con sorna—. Tú me llamaste. Tú aceptaste volver a “hacer tratos” cuando viste que necesitabas un favor sucio y barato. No te hagas la santa ahora. Pensaste que podías usarme, y luego desaparecer, como si nada. Pero adivina qué: si Marcus empieza a investigar, y descubre que todo fue una trampa, ¿a quién crees que culpará? A ti. Y si se entera de que fue tu propia hermana la que terminó en su cama... bueno, cariño, no creo que te lo perdone.
Marcia caminó de un lado a otro como una fiera enjaulada. El teléfono temblaba en su mano.
—¿Cuánto quieres? —gruñó entre dientes. —Ciento cincuenta mil. En efectivo. Para desaparecer y no volver a aparecer en tu dulce vida de princesa rica. —Estás loco si crees que puedo conseguir eso antes del amanecer. —Entonces hazlo cuando puedas —contestó él con frialdad—. Pero si no recibo el dinero… contaré todo. Y créeme, Marcia, nadie querrá saber cuántas veces viniste arrastrándote a mi cama por monedas.Ella cerró los ojos con fuerza. Su estómago se revolvía de rabia y vergüenza.
—Está bien. Te lo enviaré. Pero si me presionas, nos hundiremos los dos. —Hecho. Espero saber de ti, pronto.La llamada se cortó. Marcia lanzó el teléfono contra la cama, jadeando de furia contenida.
¿Cómo había llegado a esto? Todo había comenzado como un plan brillante: Henry se encargaría de Rubí. Una jugada perfecta. Una venganza sutil, disfrazada de accidente. La reputación de Rubí quedaría dañada y así ya no podría casarse con Erick.Y ahora… ahora Rubí se había acostado con uno de los hombres más poderosos del país. Como si el destino se burlara de ella, devolviéndole cada golpe con crueldad.
No. No podía permitirlo.
No iba a dejar que Rubí se elevara gracias a un error. No después de todo lo que había sacrificado.…
Rubí llegó a casa con el corazón todavía golpeando contra su pecho, los pies temblorosos y el alma desgarrada. Las luces del salón seguían encendidas, y apenas cruzó el umbral, la voz airada de su padre la recibió como un latigazo.
—¡¿Dónde estabas, Rubí?! —rugió Efraín Gibson, de pie frente al sofá, con el rostro enrojecido por la ira—. ¡Tu hermana estuvo toda la noche con fiebre y tú no apareciste!
—Papá, yo... —intentó explicar, pero su voz era apenas un susurro.
—¡Ni una excusa! —interrumpió su madre, Eva, que se acercó con expresión severa—. Te pedimos una sola cosa: que cuidaras de tu hermana mientras nosotros buscábamos los medicamentos. Pero claro, tú nunca puedes hacer nada bien.
Desde la escalera, Marcia apareció con una bata de satén y una tos fingida. Sus ojos se abrieron fingiendo sorpresa y preocupación.
—Rubí… estás pálida. ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?
Rubí apretó los puños, sintiendo cómo la rabia le subía por el pecho. ¿Nadie le preguntaría cómo estaba? ¿Por qué no había respondido sus llamadas? ¿O si acaso le había pasado algo?
—Marcia me pidió que entregara una botella en un hotel —soltó de golpe—. Fue idea suya. Yo solo hice lo que me pidió.
—¿Un hotel? —repitió su padre, ahora con un brillo desconcertado en la mirada—. ¿Qué hiciste en ese hotel?
Rubí bajó la vista, sabiendo lo que vendría.
—Me sentí mal… creo que me drogaron. No recuerdo bien todo lo que pasó, pero...
—¿Estás diciendo que pasaste la noche con un desconocido? —espetó Eva, llevándose una mano al pecho como si acabara de oír una blasfemia—. ¿¡Te das cuenta del escándalo que esto puede provocar!?
Efraín frunció aún más el ceño.
—¿Qué hiciste?Se paró frente a Rubí. Cuando estuvo demasiado cerca, vio como algo se asomaba desde su cuello. De un tirón, le abrió las mangas de la blusa y luego le dio la vuelta al cuello. Las marcas rojas y moradas no tardaron en aparecer bajo la tenue luz del amanecer.
La evidencia era irrefutable.
—¡Desvergonzada! —rugió. Y entonces levantó la mano.—¡Padre, no…! —Rubí trató de detenerlo, pero fue demasiado tarde.
La bofetada cayó con un estruendo brutal.
Su rostro giró por la fuerza del golpe y su mejilla le ardió dolorosamente. El aire se congeló. Eva contuvo el aliento. Marcia… no pudo ocultar la pequeña curva satisfecha en sus labios.Rubí se tambaleó. Le temblaban las piernas. Las lágrimas comenzaron a brotar por sus ojos sin control.
—¿Papá… tú… me pegaste? —susurró con la voz rota.
—¡Esto arruina por completo el compromiso con los Thomson! —agregó su padre, caminando de un lado a otro como una fiera acorralada—. ¡No puedo creerlo! ¡Tanto esfuerzo, tantos años invertidos en prepararte para ese enlace!
Rubí sintió que el suelo se le abría bajo los pies.
—¿Qué…? ¿Al menos me pidieron mi aprobación?
—No hay tal cosa —respondió Efraín con una frialdad glacial—. Era un acuerdo. Tu unión con el heredero de los Thomson iba a asegurar nuestro futuro… pero ahora, gracias a tu imprudencia, eso se ha ido al demonio.
Rubí miró a su hermana. Su mente unía los cabos. El encargo repentino, la enfermedad convenientemente oportuna, el gerente del restaurante que solo respondía ante Marcia. No fue un error. Fue una trampa. Todo para quedarse con Erick.
—¿Te das cuenta de lo que hiciste? —le preguntó Rubí con la voz quebrada, conteniendo las lágrimas—. ¿Querías que terminara en la cama de un desconocido? ¿Por qué?
Marcia parpadeó, su rostro una máscara de inocencia.
—¿Qué? No, yo… Rubí, quizás te equivocaste de habitación. Yo jamás te haría algo así…
Pero en su mirada, detrás de la falsa preocupación, Rubí vio el leve destello de satisfacción.
Efraín carraspeó y se giró hacia su esposa.
—Ya está decidido. Marcia tomará el lugar de Rubí en el compromiso con los Thomson. No hay otra opción.