Capítulo 4

Rubí bajó la vista, insegura.

—No tengo experiencia, Emily. Ni títulos, ni conexiones. ¿Quién me va a contratar?

—Tienes inteligencia, responsabilidad y agallas. Eso vale más de lo que crees. Pero si no lo intentas, nunca vas a salir de este hoyo.

Antes de que pudiera responder, su teléfono vibró. Una llamada de un número conocido. Alessandro Bianchi. El hombre con el que debía casarse antes de que todo estallara.

—¿Rubí? —su voz sonaba serena, como siempre—. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué cambiaron los planes? Me dijeron que ahora me casaré con tu hermana.

Ella tragó saliva. Por un momento, pensó en decirle la verdad. Pero ¿qué ganaría?

—No lo sé —mintió con voz baja—. Supongo que fue decisión de ellos.

Del otro lado hubo un silencio prolongado.

—Quizá sea lo mejor —dijo finalmente—. Mi familia nunca estuvo del todo conforme contigo. Desde que se supo que eras la hija legítima, el acuerdo ya no les parecía conveniente. No era personal. Solo negocios.

Rubí cerró los ojos. Ni una palabra de consuelo. Ni un solo gesto de empatía. Ni siquiera la cortesía de fingir preocupación.

—Gracias por confirmarlo —dijo antes de colgar.

Emily le quitó el teléfono suavemente y le rodeó los hombros.

—Ven. Te vas a quedar conmigo. No estás sola, ¿ok? Vamos a encontrar una salida juntas.

Rubí apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Por primera vez en días, se permitió quebrarse.

Lo había perdido todo. Pero, tal vez, eso le daría la libertad para construir algo que por fin le perteneciera.

Rubí observó su reflejo en el vidrio empañado del auto de Emily. Llevaba una blusa blanca prestada por Emily, el cabello sujeto con una pinza discreta y el rostro limpio, sin más maquillaje que un toque de brillo labial. El currículum temblaba entre sus manos, recién impreso y, en su opinión, bastante modesto. Pero tenía que intentarlo.

—Confía en ti —le dijo Emily mientras caminaban hacia el edificio imponente de Maxwell Industries—. Eres mucho más capaz de lo que crees.

Rubí sonrió débilmente. No estaba segura de eso, pero el solo hecho de no rendirse ya era un paso adelante.

Una hora después, Rubí se encontraba sola en una sala minimalista, frente a un escritorio amplio y elegante. El ambiente era frío, impecable. Demasiado perfecto.

Cuando la puerta se abrió, sintió que el aire se volvía más denso.

Marcus Maxwell entró en la sala.

Rubí no lo reconoció de inmediato. Vestía un traje negro, perfectamente cortado, con una expresión de hielo en el rostro. Su sola presencia llenaba el lugar con una autoridad casi asfixiante.

Pero entonces, sus ojos se desviaron al escritorio. Y allí, junto a una pluma estilográfica de lujo, estaba su pulsera.

Su pulso se aceleró de golpe. Lo entendió todo.

Él era el hombre de aquella noche.

La sorpresa en su rostro fue evidente, pero Marcus no pareció notarlo. Se sentó con calma, tomó su currículum y lo hojeó en silencio, como si no la hubiera visto nunca antes.

—Rubí Gibson —leyó con tono neutro—. Estudios incompletos. Experiencia mínima en atención al cliente y labores administrativas. ¿Y pretende trabajar en una de las compañías más exigentes del país?

Rubí tragó saliva. Lo había esperado… pero no así. No con esa voz indiferente, ni con ese rostro frío que parecía tallado en mármol.

—Estoy dispuesta a aprender —respondió con la espalda recta—. Solo necesito una oportunidad.

Él la miró por fin a los ojos. Y por un instante, algo titiló en su mirada. Como una sombra de duda, como si su subconsciente intentara juntar piezas que aún no encajaban del todo.

—Lo siento —dijo tras una pausa breve—. No tengo tiempo para proyectos de caridad.

Rubí sintió que algo dentro de ella se rompía. No por sus palabras, sino por la arrogancia disfrazada de lógica. Le arrancó el currículum de las manos con un gesto brusco.

—¿Sabe qué? No me arrepiento de haber venido. Lo que sí lamento es haber perdido cinco minutos de mi vida en este mausoleo lleno de ego y silencio.

Se dio la vuelta y salió antes de que él pudiera responder. Marcus la siguió con la mirada, desconcertado. Algo no estaba bien. Había fuego en ella. Ese mismo fuego de la noche en el hotel.

Mientras esperaba a Emily en el pasillo de recepción, Rubí intentaba calmarse. Su corazón aún latía con fuerza por la entrevista fallida, por la forma en que ese hombre —el mismo de aquella noche— la había mirado sin reconocerla. O tal vez sí la reconocía, pero había decidido actuar como si no.

Sacudió la cabeza, frustrada. Tal vez ni siquiera había significado nada para él. Entonces, de reojo, vio una pequeña figura agachada detrás de una maceta decorativa, con un avioncito de madera entre las manos.

Era un niño. Estaba completamente solo.

Rubí frunció el ceño y se acercó con cautela. El niño no la miró. Movía el avioncito con concentración, deslizándolo por el suelo pulido como si construyera una pista imaginaria. Rubí no imaginó que podría hacer un niño pequeño en aquella empresa. Tal vez era el hijo de alguna de las mujeres que había ido a la entrevista como ella.

—Hola… —murmuró Rubí con suavidad, agachándose a su altura—. ¿Estás perdido?

Ninguna respuesta. El niño no la miraba, no reaccionaba. Pero tampoco parecía asustado.

Rubí notó entonces los detalles. Sus movimientos repetitivos. La forma en que evitaba el contacto visual. La concentración profunda en el objeto entre sus manos. Lo entendió de inmediato, no por experiencia, sino por intuición. El niño era autista. No hablaba, pero eso no significaba que no entendiera.

—¿Quieres que te acompañe? Podemos buscar a alguien, ¿sí?

El niño no respondió, pero cuando Rubí le tendió la mano, no la rechazó. Se puso de pie con su avioncito bien sujeto, y caminó a su lado sin decir una palabra.

Rubí no tenía idea de que él era el sobrino de Marcus, ni que su presencia allí era un accidente. Solo sabía que un niño pequeño estaba solo en una empresa gigante, y que nadie lo buscaba.

Hasta que el caos estalló.

La puerta del despacho se abrió con brusquedad y la asistente personal de Marcus entró corriendo.

—¡Señor Maxwell! —dijo jadeando—. ¡El niño ha desaparecido! ¡Dylan no está en ninguna oficina! ¡Ya revisamos el piso entero!

Marcus se quedó quieto por un segundo, antes de que su voz retumbara como un trueno.

—¡Cierren las salidas! ¡Que todo el personal lo busque ahora!

Y en ese mismo instante, Rubí, con el pequeño de la mano, entraba al ascensor para llevarlo a la caseta de seguridad.

Aún sin saber que el niño que caminaba tranquilo a su lado… era la clave para volver a entrar en la vida del hombre que acababa de rechazarla.

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