Después de recorrer la tienda durante un buen rato, Rubí finalmente se decidió por una mochila de cuero negro. Era elegante, sobria y práctica. Cuando revisó la etiqueta del precio, se sorprendió: costaba cuatro mil dólares. Aun así, recordando que tenía la tarjeta negra de Marcus —y que con ella obtendría un descuento— levantó la mano para llamar a un asistente.
Sin embargo, la dependienta la detuvo de inmediato con una franqueza incluso más ofensiva que la de la boutique anterior.
—Señorita, vi que salió de la tienda de al lado sin comprar nada. Aquí no permitimos que los clientes manipulen nuestras bolsas sin pagar antes. Si desea verla de cerca, primero debe pasar por caja.
Y como si no bastara, le susurró a su compañera, sin molestarse en disimular:
—¿Has visto cómo viene vestida? Seguro ni puede pagarla. No pienso dejar que la toque. ¿Y si la ensucia?
Rubí apretó los labios con fuerza. Era cierto que ese día había optado por un atuendo cómodo y sencillo, pero ¿eso daba pie para