Sus ojos estaban llenos de impotencia y horror. Al ver la expresión en el rostro de Rubí, Marcus sintió que su corazón se helaba. ¿Cómo podía ella pensar que él era capaz de algo así? Extendió la mano y le pellizcó la barbilla. Para Rubí, su rostro, perfecto y hermoso, se volvió hechizante y diabólico.
—Si te dijera que esas cosas no las di yo, que la muerte de mi hermano mayor y de mi cuñada no tuvo nada que ver conmigo, y que todo fue plan de esa mujer… ¿me creerías?
El dolor en su barbilla la hizo estremecerse. No quería mirarlo, pero él la obligaba a hacerlo. Con resentimiento y tristeza en los ojos, Rubí se mordió los labios.
Marcus la observó fijamente y, sin más rodeos, dijo con frialdad:
—Rubí, te daré una última oportunidad. ¿Me crees?
Para él, si una mujer ni siquiera tenía la confianza más básica en su hombre, ¿de qué servía dar más explicaciones?
—¡No te creo! —respondió Rubí con obstinación.
Toda la evidencia estaba frente a sus ojos. ¿Cómo podría pensar distinto? Ella no