Rubí guardó silencio. ¿Sería posible que realmente no hubiera otra salida?
Le entregó a Jane la caja de productos para el cuidado de la piel y luego regresó a su automóvil de segunda mano, con la mente hecha un torbellino. Incluso si se tragaba su orgullo y acudía a Marcus, lo más probable era que él la rechazara. Y, según Jane, no tenía otra opción. Las personas rectas como él eran siempre las más difíciles de doblegar.
—¿Qué debería hacer? —murmuró Rubí para sí misma, con el ceño fruncido—. ¿De verdad tendré que volver y suplicarle a Marcus?
Recordó su última pelea: había sido tan feroz que estuvieron a punto de divorciarse. Incluso si se humillaba para pedirle ayuda, él podría no mover un dedo por ella. La desesperación la sofocaba, y entre pensamientos confusos, descubrió que en el fondo también extrañaba un poco a Dylan.
Sin rumbo fijo, condujo hasta terminar frente al imponente edificio del Grupo Maxwell. Al darse cuenta, se regañó en silencio por su descuido y dio un giro en U