Marcus decidió que ya no debía preocuparse por sus asuntos, pero al recordar la expresión agraviada de Rubí, no pudo evitar sentirse angustiado.
Después de dudar unos instantes, tomó el teléfono y marcó un número. En la pantalla apareció un nombre: Dean Campbell.
Al poco tiempo, una voz alegre y robusta contestó al otro lado:
—Sr. Maxwell, ¿a qué debo su inesperada llamada?
Con un tono relajado, Marcus respondió:
—Sr. Campbell, ¿qué está haciendo?
—¿Qué podría estar haciendo? La nieve aún no se derrite, así que no puedo ir a pescar —rió el anciano—. ¿Qué sucede?
—¿No puedo llamarlo si no pasa nada? —Marcus soltó una ligera risa—. En realidad, tengo un cuadro que quiero darle. ¿Le interesa?
El interés del anciano se despertó al instante. Su voz sonó ansiosa:
—¿Un cuadro? ¿Qué tipo de cuadro?
—Una pintura al óleo, bastante nueva. Usted sabe que a mí no me entusiasman y no sé apreciarlas. Si no le molesta, se la doy.
Sorprendido, el Sr. Campbell se quedó en silencio unos segundos antes d