Marina se dedicó a escudriñar todo el lugar con una lentitud deliberada, como si nunca antes hubiera estado allí, a pesar de haber visitado el lugar innumerables veces. Se percató de que nada había cambiado, ni siquiera con la llegada de Valeria. Con un gesto altivo, se sentó en el sofá principal.
Valeria, sintiéndose intensamente incómoda, tomó asiento en el sofá del extremo opuesto, justo frente a su suegra. Mantenía la mirada fija en ella con un nerviosismo que trataba de camuflar, esforzándose por aparentar que todo estaba bien, aunque por dentro se sintiera como una gelatina temblorosa.
Marina la miró con una intensidad penetrante, evaluándola de pies a cabeza. Su mirada, inicialmente enfocada en el rostro, descendió lentamente para inspeccionar los detalles de Valeria. Se detuvo en el brillante anillo de compromiso y en el delicado colgante que descansaba sobre su pecho.
—Debes estar preguntándote qué estoy haciendo aquí—expresó la señora Baskerville, con un tono melifluo, casi