Alexander llegó a casa sintiéndose exhausto, como un zombie revitalizado solo por la adrenalina del trabajo. Se dirigió a la cocina y se sentó en uno de los altos taburetes. Doris, siempre atenta, ya le había servido un bistec acompañado de puré de papas.
—Señor, ¿quiere que le sirva un poco de vino? —le preguntó Doris, señalando la botella.
Alexander asintió. Ella le sirvió.
—¿Necesita algo más, señor?
—No, puedes retirarte. Muchas gracias.
Doris se disponía a marcharse, pero la voz de Alexander la detuvo de nuevo.
—Doris, espera.
Ella se volvió.
—¿Ahora qué necesita, señor?
—Valeria, ¿está durmiendo?
—Sí, señor. Se acostó hace poco.
—Está bien, puedes irte.
Doris se retiró. Alexander tomó el tenedor y el cuchillo, haciendo un corte perfecto en la carne. Disfrutó del primer bocado; el sabor era delicioso, pero su mente no le daba tregua. Terminó su cena y subió a la habitación. Encontró a Valeria en la cama, usando el teléfono.
—Alexander... —se sorprendió al verlo, con un tono de