Esa noche, cuando Alexander entró en la habitación para descansar, encontró a Valeria acurrucada en su lado de la cama. Él ocupó el espacio vacío, observándola con una intensidad que no podía disimular.
—Valeria —su voz era suave y cargada de culpa—. Quiero disculparme otra vez por lo que pasó hoy. Ha sido mi culpa, y te prometo que no volveré a ponerte en una situación de riesgo como esa.
Ella lo miró. Sus ojos ya no reflejaban el pánico, sino una rendición silenciosa. Asintió, aferrada a las sábanas.
Alexander se acercó y acarició su mejilla con el dorso de la mano.
—Ahora descansa, por favor.
Valeria le sonrió levemente. Esta vez no le dio la espalda, sino que lo miró con una apertura inesperada. Él sabía que se arrepentiría de su siguiente acción, pero la necesidad de protegerla era más fuerte que su orgullo.
—Puedes acercarte y dormir en mi pecho si eso te hace sentir segura —ofreció, al verla aún algo nerviosa.
Sin decir una sola palabra, Valeria se acercó. Se acomodó sobre su p