Con el permiso de Alexander concedido, Valeria sintió un pequeño alivio al vestirse. Eligió del armario algo cómodo y salió, avisándole a Doris que ya estaba lista. Doris, ya instruida por Alexander, no puso ninguna objeción, y salieron juntas del piso.
Mientras bajaban en el ascensor, Doris la miraba con nerviosismo a intervalos regulares. Valeria se dio cuenta de su ansiedad y decidió tranquilizarla.
—No tienes que preocuparte por mí, Doris —aseguró, con un tono suave—. No tengo intenciones de escapar. Sé muy bien que te meterías en problemas. Así que despreocúpate y deja de mirarme como si en cualquier momento fuera a echar a correr.
Miró su abdomen y la fatiga que la acompañaba por el embarazo.
—Tampoco es que pudiera hacerlo tan fácilmente —agregó, encogiéndose de hombros. Correr era una tontería, no podría hacerlo aunque quisiera.
Doris sonrió, un poco avergonzada.
—No estoy dudando de usted, señora.
—Por cierto, quiero que sepas que no quiero que me llames señora —pidió,