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La cama se hundió ligeramente al lado de Valeria cuando Alexander se acostó. Ella no se inmutó, apretó los párpados con fuerza e ignoró su presencia, dándole la espalda. Él, en cambio, se quedó mirando el techo, con ambas manos detrás de la nuca y la cabeza sumida en sus habituales maquinaciones.

Giró un poco la cabeza hacia Valeria y se dio cuenta de que, una vez más, ella no estaba durmiendo. Parecía increíble, pero él había desarrollado una extraña capacidad para notar cuándo ella fingía.

Fue entonces cuando Valeria soltó un quejido ahogado por la sorpresa. Había sentido movimientos de su bebé dentro de ella, y la sensación la tomó desprevenida. Inmediatamente, se cubrió la boca con la mano, temiendo que Alexander la hubiera escuchado.

Él, en efecto, la había escuchado. Con un movimiento rápido y suave, la volteó hacia él.

—¿Te pasa algo, Valeria? ¿Estás bien? —preguntó, con genuino interés.

Ella no tuvo más remedio que darse por despierta. Negó con la cabeza y luego sus ojos
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