—¡Te has vuelto loco!… —soltó Valeria, con la prenda todavía escondida a su espalda.
Alexander sonrió de medio lado y se acercó a ella, disfrutando de su visible nerviosismo.
—Parece que has encontrado algo que te ha gustado, ¿o me equivoco? —cuestionó, con un tono divertido que la hizo querer golpearlo.
—No tengo idea de por qué compraste esto —murmuró ella, sintiendo el calor invadir su cuello—. Es… es demasiado.
—Es perfectamente apropiado para mi esposa. Y lo he comprado porque lo usarás, Valeria —dijo él, su voz volviéndose repentinamente seria, borrando la burla—. Considera que es otra parte de este arreglo.
Valeria se llenó de indignación. Arrojó el conjunto de encaje negro y seda carmesí lejos de ella. La prenda aterrizó sin gracia sobre la cama, en medio del montón de ropa de maternidad.
—¡Ni loca voy a usar eso! ¡Yo no soy ese tipo de mujer, Alexander!
Él se cruzó de brazos, su expresión volviéndose de una calma peligrosa.
—Por supuesto que lo vas a usar. Ere