Entraron a un restaurante que no estaba desolado como Valeria se imaginaba. De hecho, estaba abarrotado de personas, pero tras cruzar algunas palabras en la recepción, Alexander consiguió rápidamente una mesa vacía. Valeria se enteró después de que él ya la había reservado.
Se sentaron allí y esperaron la llegada del mesero, un joven elegante que se acercó presentándose y asegurando que estaría atento a cualquier necesidad. Valeria miró la carta, pero tenía muchas dudas; la verdad es que no sabía exactamente lo que quería. Alexander, al notar su indecisión, se ofreció a ayudar.
—Permíteme encargarme de esto —dijo él.
Y así fue, él mismo se encargó de la elección de los platillos.
Durante la espera, estuvieron en silencio. Alexander fue el primero en romper la calma.
—¿Todavía tienes sueño? —preguntó.
—Sí, todavía debo tener un poco de sueño, pero también tengo mucho apetito —admitió ella con franqueza.
—Podemos salir a menudo a este tipo de lugares si te gustan.
Valeria se bur