—Sabía que no podrías hacer nada por mí —dijo Valeria, con la voz dura por la frustración—. Estaba segura de que me negarías tu ayuda, y aun así lo intenté.
Señaló a Doris con un gesto de resignación.
—No te culpo, Doris. Sé que podrías perder tu trabajo y meterte en graves problemas con Alexander. Así que, no se me ocurrirá volver a pedirte algo así.
Valeria abandonó el sofá. La decepción la quemaba por dentro. Doris se apresuró a detenerla, sujetándola por el antebrazo.
—Señora Valeria, sé que está desesperada. En su situación, yo también querría escapar. Pero le ruego que no actúe por impulso —suplicó Doris, con la voz quebrándose—. Piense en los bebés. Si tiene un plan y sabe adónde irá, adelante. Pero si no está segura de poder salir sola, es mejor que se detenga y ni siquiera lo intente.
Valeria la escuchaba, asimilando la lógica cruel de sus palabras. Su convicción de huir vaciló por un instante, pero la desesperación era más fuerte. Las lágrimas le ardían en los ojos, y l