Diana tomó una respiración profunda, ignorando la rudeza de Erika. Lo que a punto de estaba a punto de contar era mucho mayor que cualquier ofensa.
—Hace muchos años atrás, cuando mi marido y yo estábamos empezando a aprender a ser padres, cuando todo parecía ser perfecto, decidimos hacer algo diferente en familia —comenzó Diana, su voz volviéndose suave y nostálgica—. Como de costumbre, solíamos viajar, hacer algo que nos gustara, visitar un lugar hermoso, cualquier cosa que nos uniera como marido y mujer, y como familia. Pero esa vez decidimos ir a un campamento.
Hizo una pausa breve, recordando el sol y luego el silencio atroz.
—Todo estaba bien, pero de repente nuestra hija, nuestra pequeña Isabella de dos años, desapareció de nuestra vista. Cuando eso ocurrió, mi mundo se vino encima. Sentí que ya nada tenía sentido, que la vida era demasiado injusta por arrebatarme lo que yo más amaba. Al principio mi esposo y yo pensamos que tal vez ya era demasiado tarde, que Isabella no estab