Su vestimenta estaba hecha un desastre. La sangre, ya seca y oscura, manchaba su camisa blanca por completo. Se encontraba en medio de la sala de espera, aferrándose a la única silla vacía, con el corazón en un hilo. No podía moverse, no se atrevía a alejarse. Valeria había sido llevada de emergencia para ser operada, y él continuaba allí, aguardando noticias del médico, aferrado a la esperanza de que ella sobreviviera.
Ya no era solo cuestión de su reputación o de las repercusiones que tendría para él si ella fallecía. Pensaba en ella como persona, en que todo había sido una serie de decisiones desafortunadas y errores, pero que, a pesar de todo, ella no merecía un destino así.
En ese instante, una enfermera se acercó con una sonrisa amable, aunque sus ojos denotaban preocupación.
—Señor Baskerville, creo que lo mejor sería que regresara a casa y...
—¿Regresar a casa? —la interrumpió Alexander, su voz áspera por el cansancio—. ¿Cómo puedo volver a casa si aún no tengo noticias sobre