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Marina negó con la cabeza al ver a su esposo, Adam, sentado en el sofá con una expresión de resignación. Se dejó caer junto a él, visiblemente afectada. Adam, por su parte, resopló.

—Otra vez estás con lo mismo, mujer. ¿Qué parte de que Alexander es un adulto no entiendes? —cuestionó, con hastío—. Él sabrá cómo solucionar sus cosas. Ya deja de preocuparte demasiado por él y verás que va a salir de todo esto.

Marina lo miró con reproche.

—Alexander necesita nuestra ayuda. No dejará de ser nuestro pequeño, Adam —insistió, con un nudo en la garganta—. Toda esta situación es demasiado fuerte para él solo, y somos también culpables de esto. ¡Deberíamos ayudarlo!

El hombre volvió a resoplar.

—Apuesto a que ni siquiera quiere nuestra ayuda, y no sé qué más podemos hacer. Claramente, solo él tiene la decisión de hacer algo definitivo por esto. Vamos a dejar de preocuparnos —insistió.

Marina negó con la cabeza, se levantó y comenzó a caminar de un lado al otro, tratando en vano de liberar la t
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