La noche había caído y la jornada fue agotadora. Leo Romano salió de su agencia inmobiliaria, despidiéndose brevemente de sus empleados. Subió a su auto, sintiendo cada músculo de su cuerpo engarrotado. Condujo por la carretera, absorto en sus pensamientos, sin saber que esa noche su vida tomaría un giro dramático e inesperado.
Y es que, en medio de la conducción, tuvo que frenar en seco. De pronto, una figura salió de la nada y se atravesó en la carretera, justo delante de él.
Leo salió del auto como un loco. Maldijo en voz alta, el corazón golpeándole el pecho, pensando lo peor.
—¡Maldición, ¿qué ha pasado?! —gritó, acercándose a la figura tendida.
Vio que allí había una chica rubia, de piel tan blanca que resultaba demasiado pálida, tendida en el asfalto. Estaba desmayada. Leo la tocó y sintió signos vitales, pero de inmediato se alarmó por su estado. Marcó a la ambulancia, pidiendo ayuda, pero el lugar estaba desolado.
Tomó a la chica entre sus brazos, asustado. El hospital más ce