Diana no tardó en ir hasta la oficina de su marido. Lo encontró allí, bebiendo ya seguramente la segunda copa de whisky, sentado detrás del escritorio. Ella se ubicó en el centro de la estancia.
—¿Qué quieres, Diana? —preguntó Alejandro, con voz seca.
Diana, que no estaba habituada a ese tono cortante, sintió una punzada, pero rápidamente se recompuso y se explicó con sinceridad.
—Alejandro, sé que estás enfadado por todo esto, pero toma en cuenta todos los puntos —argumentó—. Alexander fue el villano en un momento, así es como yo lo siento, pero ahora es otra persona. Ya no le interesa quedarse con nuestra compañía familiar; para él ya no es un objetivo. Creo que realmente ama a nuestra hija. Serán padres, ¿no crees que eso es más que suficiente?
Alejandro levantó la cara y la miró con una ceja arqueada, con una expresión desafiante. Soltó una risa burlesca.
—¿Cómo podemos estar seguros de que de verdad ama a nuestra hija? Una persona ambiciosa no cambia de la noche a la mañana, Dian