La incomodidad y esa inminente tensión en la sala se disparó tan pronto como Alejandro entró y vio a Alexander. Valeria se apresuró a interponerse entre los dos hombres, pero Alexander, impulsado por la rabia de la tregua acordada, se volvió hacia Alejandro.
—Señor Alejandro, lo siento mucho. Sé que mi visita no le es agradable —Alexander no se contuvo—. Pero necesitaba conversar con Valeria. Y además de eso, creo que me debe una disculpa por decirme que ella no estaba aquí cuando eso no era cierto.
Valeria sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. No podía creer que Alexander se atreviera a hablarle así a su padre, cuando había sido él quien había actuado mal desde el principio. La tensión entre su padre y Alexander era tan potente que amenazaba con explotar.
—Quiero que te largues de mi casa, Alexander —rugió Alejandro, con la mandíbula tensa—. No deberías estar aquí. ¡No vuelvas a venir otra vez!
Alexander no se quedó callado. Dirigió su atención a Valeria, le hizo una señ