—¿Qué estás haciendo? —gruñó Alexander entre dientes, el horror pintado en su rostro. Dina estaba paralizada. Los padres de ella se miraban, mudos, sin comprender lo que sucedía.
Marina miró a Adam, su esposo, exigiendo explicaciones con la mirada, pero él no tenía idea de lo que estaba pasando. La confusión se apoderó de todo el salón.
—¡Ahora mismo le quitaré la máscara a ese imbécil! —sentenció Valeria, su voz fuerte y clara resonando en el silencio—. ¡Ni siquiera debería llamarse ser humano! ¡Porque es un monstruo!
Las personas empezaron a susurrar, el murmullo se convirtió en un revuelo. Aquello era una locura.
—Cariño, tienes que hacer que esa mujer deje de soltar groserías y de hacer este espectáculo. ¡Mira a todos! ¿Qué dirán? —exclamó Marina, buscando frenéticamente a un miembro del equipo de seguridad.
Mientras tanto, Valeria, aún plantada con la misma seguridad, continuó su escrutinio del público, pero sus ojos terminaron por clavarse en Alexander, llenos de un odio pr