Valeria se despertó temprano, la luz tenue colándose por las cortinas. Reconoció que no estaba en su habitación habitual, sino en esa otra, en la casa de sus padres biológicos. Todo se sentía otra vez irreal.
Se arrastró casi hasta el baño y se miró en el espejo, observando cómo debajo de sus ojos había enormes surcos, evidencia de que, aunque había dormido, no parecía haber descansado lo suficiente. La marca de que se acostó bastante tarde, que durmió tarde, porque tenía muchas cosas en su mente dando vueltas sin parar.
Estuvo allí, se cepilló los dientes y luego, saliendo de la habitación, sintiéndose un poco desorientada, afortunadamente justo en ese momento apareció Diana en su camino.
—Buenos días, Valeria. Veo que te has despertado. ¿Cómo has dormido? —se interesó en saber, acercándose con una sonrisa sincera.
Valeria, incluso sabiendo el vínculo inquebrantable que las unía, sintió la conexión un poco débil, como si hubiera algo interfiriendo. Tal vez era el hecho de que tenían