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Doris se frenó en seco al darse cuenta de la escena. Disimuló de inmediato, retirándose. Sabía que Alexander y Valeria estaban destinados, y se alegraba de la sinceridad que estaba surgiendo entre ellos, de que al fin el amor estuviera triunfando. Se sentía muy bien por ese desenlace. Retrocedió y decidió volver a sus quehaceres para darles privacidad, sin poder evitar sonreír ampliamente y sentirse emocionada por la franqueza de la pareja. Ella actuaría como la desentendida, aunque, para su fortuna, ya conocía el desenlace.

Valeria, por su lado, cuando se separó de Alexander, tenía las mejillas encendidas y el corazón palpitando con vehemencia.

Intentaba acostumbrarse a la oleada de sentimientos que inundaba su interior, pero era demasiado para manejarlo. La emoción la absorbía de lleno. Miró los ojos grisáceos de Alexander y sonrió. El hombre la abrazó y besó sus cabellos tiernamente, con una delicadeza que le derritió el alma.

Alexander, el magnate implacable, se mostraba dulce y
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