Alexander despertó sobresaltado y desorientado. Al ver a Valeria observándolo fijamente desde el borde del sofá, su primera reacción fue de extrañeza.
—¿Por qué me estás mirando de esa manera? ¿Hace cuánto tiempo que me sigues mirando así? —preguntó, la voz ronca.
Valeria contuvo las ganas de reír ante su estupidez, pero decidió ir directa al grano.
—Creo que no es a mí a quien deberías dirigirle esa pregunta en este momento. Después de haberte cuidado toda la noche por tu fiebre, eres un malagradecido —terminó, con una dureza repentina en su voz.
El hombre estaba todavía confundido, intentando hilar lo que había pasado. Poco a poco, los recuerdos del alcohol y la posterior enfermedad volvieron. Sin embargo, antes de poder articular una disculpa, otra vez se impuso la negación.
—Creo que no sé a lo que te refieres, pero voy a llegar tarde al trabajo —emitió, intentando levantarse.
Valeria lo miró con burla evidente.
—Creo que, encima, pareces que no estás pensando con claridad, Ale