TANYA RHODES
—¿Te gusta? —preguntó Viggo en cuanto bajamos del auto que nos llevó del aeropuerto hasta la casa donde viviríamos. Era un lugar muy lindo, con techo de dos aguas y fachada blanca. Por fuera parecía un lugar de cuento de hadas y por dentro algo más sobrio y minimalista.
—Es hermosa —respondí casi en un susurro y de inmediato me puse detrás de Viggo para empujar su silla. El pecho lo tenía lleno de adrenalina por la nueva aventura—. Jamás me hubiera imaginado viajar tan lejos de casa. Es tan irreal.
Entonces la mano de Viggo se posó sobre la mía, tirando de mí para ponerme enfrente, haciendo que me sentara sobre uno de los cómodos sillones.
—Este viaje no solo es para arreglar mi espalda, también quiero que sea unas vacaciones lejos de los problemas que tenemos en casa —dijo con ternura y esa mirada que revolucionaba todo en mí, y al mismo tiempo me daba una calma profunda—. Has pasado por tanto. Solo date tu respiro.
Sonreí y bajé la mirada, tragándome mis palabras de