TANYA RHODES
Caminé con cautela en el lugar. Olía a madera y cuero mezclado con la loción de Viggo. Entre más atención ponía, más cosas extrañas encontraba, empezando por la serpiente negra que me sacaba la lengua, como si supiera que era una invasora y estuviera a punto de morderme. Debajo de su terrario, en un pequeño apartado, había frascos con un líquido ambarino y no tuve que preguntar para saber que era el propio veneno de la serpiente.
Seguí caminando por el lugar, tentada a tocar, a investigar, pero mantuve las palmas contra mis muslos. Entonces llegué a una pared que parecía vitrina de museo. Tenía todo tipo de armas, desde las clásicas pistolas tipo escuadra y un revólver muy grande, hasta navajas y espadas que parecían de diferentes culturas. Posé mis dedos sobre el cristal, encima de una que tenía una insignia nazi y una inscripción que no reconocí.
—Es una daga de la juventud hitleriana —contestó Noah a la pregunta que no hice.
—Déjame ver si entiendo… —susurré voltean