TANYA RHODES
Con ambas manos empujé a Noah por el pecho y desvié el rostro. No fui tosca ni explosiva. No era mi intención ser grosera. Cada uno de mis movimientos fueron lentos, pues su gesto me había arrancado todo el aire de mis pulmones.
—¡¿Qué se supone que estás haciendo?! —pregunté después de apartarme de sus labios cálidos y su aliento que caía por mi cuello. Entonces pensé en la noche que pasamos juntos, esa que no recordaba, pero que me atormentaba por lo menos cinco minutos al día.
Entornó sus ojos azules y formó una sonrisa burlona en su rostro.
—¿Hablas en serio? Muchas darían lo que fuera por estar encerradas en este consultorio conmigo —contestó ladeando la cabeza, curioso e indignado—. ¿Qué se supone que estás haciendo tú?
—Eres demasiado vanidoso —pero tenía razón en serlo. Era joven, exitoso, un erudito de la medicina, el estudiante más joven en terminar la universidad y el cirujano más experimentado para su edad. Tenía todo, un rostro casi perfecto, un cuerpo ejer