TANYA RHODES
—¿Cómo qué no? —pregunté sorprendida en la recepción del hospital.
—Lo siento, pero no está en la lista de visitantes de la señora Sinclair —dijo la recepcionista apenada mientras mi corazón se hacía pequeño. ¿Mi madre me había prohibido visitarla? ¿Después de que yo pagué todo? ¡Bueno! ¡Yo no, el señor Viggo!
Y aún quedaba un tema pendiente. La factura que Fabián había presumido. ¿Cómo la había conseguido? Parecía real.
Retrocedí con los hombros caídos, desganada, decepcionada, porque cada oportunidad que le daba a mi madre para demostrarme que aún existía esa mujer dulce que se preocupaba por mí, hacía todo lo contrario, dejarme en claro que la mujer que tanto quise ya no existía, había muerto el mismo día que mi padre.