TANYA RHODES
Desvié la vista, queriendo de alguna forma no seguir incomodándolo con mis miradas. Hizo girar las ruedas, acercándose a la cama.
—Ayúdame a pasar a la cama. —En cuanto dijo eso de nuevo me quedé sin aliento. Me acerqué sin saber qué hacer.
—Solo ayúdame con mis piernas, yo haré el resto —dijo con calma apoyando un puño en el borde del colchón mientras que su otra mano se apoyaba en el asiento de la silla—. ¿Estás lista?
Tragué saliva y, sin saber muy bien lo que tenía que hacer, abracé sus piernas justo a la altura de las rodillas, no sé si fue un premio o un castigo, porque claramente mi rostro estaba a una altura muy conveniente, por lo menos para mí. Apreté los dientes y tuve que fingir que no me importaba ponerme más roja de lo que ya estaba.
Cuando Viggo hizo el movimiento, intenté cargar sus piernas, pero fue una mala idea, eran demasiado pesadas y a la mitad sentí que se me resbalaban y yo con ellas. Un tobillo se me dobló y mi cara hubiera terminado hundida en