NOAH THORNE
En cuanto Kevin alzó su rostro hacia mí, le sonreí y lo arrojé por encima del barandal. Su cuerpo fue rebotando como si fuera un muñeco de trapo mientras yo lo seguía con la mirada, apoyando mi mentón sobre la palma de mi mano hasta que por fin su cuerpo azotó con el piso.
—Si Dios es piadoso, lo habrá matado la caída —contesté con un suspiro cansado—, si sigue vivo es porque le gusta la venganza.
—Dios no es tan cruel —soltó Jerry disfrazando su molestia con una sonrisa rígida.
—Primero lee el viejo testamento y después hablamos —agregué antes de comenzar a bajar las escaleras, con calma, sin intenciones de agitarme o sudar mi camisa que ya de por si estaba desgarrada de la manga.
Cuando llegamos a la planta baja, Kevin intentaba arrastrarse con la única extremidad que no se había fracturado, mientras el silencio de los niños y las ancianas parecía un bálsamo para mis oídos.
—Qué mala suerte tienes —dije levantando su rostro, tomándolo por los cabellos antes de azotar