TANYA RHODES
Fabián me cubrió con su cuerpo y lamió la lágrima que caía por mi mejilla, mientras yo empezaba a ver borroso. Con las pocas fuerzas que me quedaban, dejé de empujarlo y entonces hundí mi pulgar en su ojo derecho. La sensación fue desagradable, pero su grito de dolor fue satisfactorio.
De inmediato se levantó, quedando a horcajadas sobre mí, cubriendo su ojo con una mano mientras maldecía y yo tosía.
—¡Maldita perra! ¡A la mierda! ¡Muerta también me sirves! —exclamó furioso levantando su cuchillo, pero este nunca se clavó en mi cuerpo.
De pronto una fuerza invisible lo sacó volando contra mi viejo tocador, quebrando el espejo. Rodé sobre la cama, queriendo recomponerme y entonces lo vi: Viggo. Se veía más grande, más corpulento, más imponente. Me vio por el rabillo del ojo y de pronto sus mandíbulas se tensaron aún más.
Tomó a Fabián por el cuello y comenzó a azotar su cabeza contra los cristales del espejo que aún quedaban. Fabián intentó defenderse, encajó su cuchill